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Para llegar al conocimiento de la verdad hay muchos caminos: el primero  es humildad, el segundo la humildad y el tercero la humildad. 
San Agustín  La gran mayoría de los seres humanos tiene como meta alcanzar la  felicidad y la plenitud tanto a nivel familiar como personal. Sin  embargo, es probable que en este plan de vida trazado fracasemos en  algunas ocasiones, no se debe ser adivino para vaticinarlo, es parte de  la naturaleza humana incurrir en desaciertos, un refrán popular lo  explica de la siguiente manera: “errar es humano”. 
 
No obstante, el que fallemos en reiteradas ocasiones a lo largo de la  vida no nos sentencia bajo el cargo de “ser fracasados”. Por el  contrario, los desaciertos en los que incurramos deberían ser una  oportunidad de crecimiento. De manera que, es relevante reflexionar cómo  una caída puede ser utilizada para el desarrollo personal, y no como un  factor destructivo de nuestra autoestima y nuestros sueños. 
 
Según el diccionario de la Real Academia Española, un fracaso es un  resultado adverso, un suceso lastimoso. Si bien existen pequeños errores  que podemos enmendar sin mayores consecuencias, el equivocarse  gravemente en una decisión importante, y sobrellevar el resultado  adverso de ella, es doloroso, nos desestabiliza, lastima y  momentáneamente nos hace detenernos para recuperar el aliento y tomar  fuerza nuevamente. Ahora bien, la actitud de desmoronarse  irremediablemente ante ésta situación, o bien tomar la decisión de  continuar, recae en nosotros. 
 
El primer paso para continuar, a pesar de una dolorosa caída, es aceptar  con humildad que se cometieron errores que tuvieron como consecuencia  el mal logro de la empresa propuesta. Si no admitimos, por ejemplo, que  hemos errado al renunciar al trabajo apresuradamente, sin medir las  secuelas, estaremos propensos a cometer la misma falta reiteradas  ocasiones. 
 
Si bien existen circunstancias adversas que en algunas ocasiones no  podemos prever, como el ser despedidos poco tiempo después de cambiar a  lo que parecía una mejor opción laboral; de igual manera es necesario  que nos sentemos a evaluar con humildad la situación, esto nos ayudará a  considerar otros factores que la primera vez obviamos, y seremos más  precavidos en el futuro. Lo cierto es que sea por una mala decisión, o  por factores externos, sufrir un resbalón en la construcción de nuestros  sueños, aunque nos desaliente, no debería detenernos. 
 
En relación a lo anterior, un fracaso que se experimenta comúnmente se  da cuando decidimos abandonar un mal hábito. Debemos de tomar en cuenta  que las probabilidades de fallar existen porque cambiar requiere  disciplina, esfuerzo y perseverancia. Por ejemplo, cuando la meta es  dejar de fumar o no gritarle a las personas amadas, es probable que en  el proceso de cambio se reincida. Rendirnos después de fallar  repetidamente es común, porque nos enfocamos en aquello que no hemos  logrado, en lugar de observar el progreso alcanzado. No obstante, cuando  recaemos en las viejas prácticas no debemos desanimarnos, sino  calmarnos, tomar la decisión de aprender del error y empezar de nuevo el  proceso. 
 
Sin caer en la autojustificación, ni en el conformismo, debemos observar  lo que hemos mejorado, como una forma de motivarnos para continuar  creciendo. Debemos valorar el progreso, ya que al igual que un músico  experto, o un futbolista profesional, debemos esforzarnos y practicar  hasta alcanzar el éxito. Los profesionales que ahora admiramos por su  gran desempeño, antes de ser expertos fallaron –y aún fallan-. 
 
Para que los fracasos se tornen en oportunidades de crecimiento personal, podemos considerar los siguientes consejos: 
 
Tomemos la decisión de aprender: Nuestra vida está  compuesta por las diferentes decisiones que hemos tomado, por esto, al  fallar y sentir las consecuencias de nuestro desacierto, es importante  que en lugar de desanimarnos por tiempo indefinido, decidamos aprender,  levantarnos y volver a luchar por nuestras metas con un plan diferente.  De esta forma, no nos dejaremos vencer por el dolor, ni nos sumiremos en  lamentaciones por metas que no se han podido alcanzar, sino que después  de reflexionar en las causas que nos llevaron al fracaso, caminaremos  con la mirada hacia el futuro (Ulate, 2006). 
 
Elaboremos un nuevo plan: Se deben tomar decisiones que  corrijan el curso de nuestro camino, y elaborar nuevos planes de  acuerdo a realidad que se vive. Construir caminos innovadores que tomen  en cuenta las nuevas circunstancias nos ayudará a desarrollar un  proyecto de vida satisfactorio, al reajustar metas y sacar el mayor  provecho de las circunstancias adversas al proyecto de vida inicialmente  planeado (Ulate, 2006). 
 
No tengamos temor a equivocarnos de nuevo:  El miedo a  fracasar puede ser tan dañino como el tomar decisiones apresuradas, ya  que si el decidir irreflexivamente puede dirigir nuestra vida por una  senda no deseada, tener miedo a equivocarnos puede paralizarnos, dejando  nuestra vida en una espera indefinida. Si no tomamos las decisiones que  debemos tomar, en algunas ocasiones nuestro entorno lo hará por  nosotros, dejándonos a la deriva y sin dominio de nuestra propia vida. O  bien viviremos recordando victorias pasadas y errores cometidos. Por lo  tanto, a pesar de la importancia de la reflexión antes de arriesgarnos,  lo importante es seguir adelante en la construcción de una vida plena. 
 
No permitamos que las experiencias y relaciones negativas nos definan:  Ante todo, no permitamos que las circunstancias, el entorno, e incluso  otras personas determinen quiénes somos y cómo debemos vivir. Tomemos  decisiones conscientes y reflexivas de qué queremos hacer con nosotros  mismos, ya que seguimos siendo los responsables por el don de la vida  que nos fue otorgado (Ulate, 2006). 
 
Lo cierto es que en alguna ocasión experimentaremos un resultado  adverso, por lo que debemos estar preparados para aprender y levantarnos  del tropiezo. Lo más prudente es tomar las medidas necesarias para  evitar un fracaso, sobre todo en las decisiones que modifican nuestra  vida como matrimonio, carrera profesional, trabajo, hijos, etc. Estas  decisiones merecen una reflexión concienzuda. Sin embargo, al fallar, lo  mejor que podemos hacer es no rendirnos, analizar los motivos que nos  llevaron a caer, y evitarlos la siguiente oportunidad. Recordemos que  los fracasos nos ayudan a crecer en lo personal, y nos recuerdan que no  somos infalibles, que necesitamos a otros y que plenitud no significa  ausencia de desaciertos, sino el disfrute de la vida por medio de una  relación cercana con Dios y con las personas significativas. 
 
Fuente: http://www.enfoquealafamilia.com   |  
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