A medida que nos adentramos en el verano, entramos también al calor de la campaña política. Vanas son las esperanzas de un debate centrado en las propuestas de Competitividad de Porter o en las medidas que, como país, nos puedan llevar a una mejor posición económica. Las noticias de las discusiones de campaña en el Perú están en las críticas personales, la exhibición de los trapitos sucios, las compañías de dudosa reputación y, en fin, cualquier cosa que califique para un programa de farándula.
¿Y los planes de gobierno? Bueno, ya fueron presentados y… nada. Finalmente, existe la percepción (totalmente justificada) de que los planes solo sirven para cumplir un trámite ante el Jurado Nacional de Elecciones y que realmente no contienen las medidas que el potencial gobierno plantea implementar.
Más aún, como casi nadie los leerá, el contenido de cada plan ni siquiera necesita guardar relación alguna con las promesas electorales que se van lanzando en función del grado de impacto que se requiere sobre el electorado. Estas promesas son poco variadas y abarcan generalmente la construcción de grandes obras (sin considerar la existencia de estudios de factibilidad, por supuesto; basta con que a cada pueblo se le ofrezca cumplir su aspiración cuasi ancestral). Otro argumento muy vendedor son los aumentos de sueldos generalizados (sin hacer cálculos ni pedir aumentos de productividad), o las rebajas de impuestos (nuevamente, los cálculos estorban). “¿Cuánto costará y cómo se financiará?” son dos preguntas que deberían poner en aprietos a más de un candidato… Me pregunto si ellos mismos conocen el contenido de sus planes o si responderán que “para eso tenemos asesores”.
Vemos, con preocupación que los ofrecimientos de empleo han perdido vigencia. Hace unos años, el pedido más frecuente al nuevo gobierno era ‘trabajo’. Hoy no; no sabemos si porque hay más personas que ya tienen acceso a un empleo formal o porque es más cómodo apoyarse en el programa Juntos o cualquiera que se le asemeje.
Sobre este punto, vale la pena revisar los argumentos de Robert Levy, presidente de la junta directiva del Cato Institute, entidad que todos conocemos como gran defensora del liberalismo. Levy sostiene: “El principal propósito del Estado es proteger los derechos individuales y prevenir que unas personas les hagan daño a otras. Los heterosexuales no deberían ser tratados de manera preferencial cuando el Estado juega ese papel. Y nadie es perjudicado por la unión de dos personas que voluntariamente son homosexuales”.
Y tal vez la argumentación más fuerte venga por el lado de lo que ocurría en Estados Unidos no hace tantos años: “En los años 20, 38 estados prohibían que los blancos se casaran con negros y ciertos asiáticos. Hasta 1954, a todos los estados se les permitía tener escuelas segregadas”.
Hoy, como sociedad que se precia de ser civilizada, no admitiríamos la segregación racial. Eso nos da esperanzas.
Y ya que la intervención de los representantes de la Iglesia Católica ha sido tan contundente en este debate, vale la pena acudir a la siguiente anécdota: Cuentan que Leonardo Boff, renovador de la teología de la liberación, le preguntó al Dalai Lama cuál era la mejor religión. Esperando que la respuesta se refiriera a alguna religión oriental muy antigua (y animara el debate), se sorprendió cuando este le contestó: “la mejor religión es aquella que te hace mejor… Más compasivo, más sensible, más humanitario, más ético… La religión que logre hacer eso de ti, es la mejor religión”.
Cuando vemos el debate suscitado entre políticos y la Iglesia Católica, respecto a las uniones civiles o matrimonios entre personas del mismo sexo, no puede dejar de sorprender la forma como los representantes de una religión, cuyo fundador predicaba la tolerancia y el respeto, se refieren a quienes simplemente piensan o sienten de forma distinta a la de ellos.
Finalmente, liberalismo implica, esencialmente, el respeto a los derechos y las libertades individuales; solo a partir de este reconocimiento tiene incidencia en el ámbito económico.
FUENTE: http://www.americaeconomia.com/
¿Y los planes de gobierno? Bueno, ya fueron presentados y… nada. Finalmente, existe la percepción (totalmente justificada) de que los planes solo sirven para cumplir un trámite ante el Jurado Nacional de Elecciones y que realmente no contienen las medidas que el potencial gobierno plantea implementar.
Más aún, como casi nadie los leerá, el contenido de cada plan ni siquiera necesita guardar relación alguna con las promesas electorales que se van lanzando en función del grado de impacto que se requiere sobre el electorado. Estas promesas son poco variadas y abarcan generalmente la construcción de grandes obras (sin considerar la existencia de estudios de factibilidad, por supuesto; basta con que a cada pueblo se le ofrezca cumplir su aspiración cuasi ancestral). Otro argumento muy vendedor son los aumentos de sueldos generalizados (sin hacer cálculos ni pedir aumentos de productividad), o las rebajas de impuestos (nuevamente, los cálculos estorban). “¿Cuánto costará y cómo se financiará?” son dos preguntas que deberían poner en aprietos a más de un candidato… Me pregunto si ellos mismos conocen el contenido de sus planes o si responderán que “para eso tenemos asesores”.
Vemos, con preocupación que los ofrecimientos de empleo han perdido vigencia. Hace unos años, el pedido más frecuente al nuevo gobierno era ‘trabajo’. Hoy no; no sabemos si porque hay más personas que ya tienen acceso a un empleo formal o porque es más cómodo apoyarse en el programa Juntos o cualquiera que se le asemeje.
En los años 20, 38 estados de EE.UU. prohibían que los blancos se casaran con negros y ciertos asiáticos.Obviamente, no todas las propuestas están ligadas a asuntos meramente económicos. Esta vez, un tema como el matrimonio entre personas del mismo sexo ha causado debates y enfrentamientos sorprendentemente acalorados.
Sobre este punto, vale la pena revisar los argumentos de Robert Levy, presidente de la junta directiva del Cato Institute, entidad que todos conocemos como gran defensora del liberalismo. Levy sostiene: “El principal propósito del Estado es proteger los derechos individuales y prevenir que unas personas les hagan daño a otras. Los heterosexuales no deberían ser tratados de manera preferencial cuando el Estado juega ese papel. Y nadie es perjudicado por la unión de dos personas que voluntariamente son homosexuales”.
Y tal vez la argumentación más fuerte venga por el lado de lo que ocurría en Estados Unidos no hace tantos años: “En los años 20, 38 estados prohibían que los blancos se casaran con negros y ciertos asiáticos. Hasta 1954, a todos los estados se les permitía tener escuelas segregadas”.
Hoy, como sociedad que se precia de ser civilizada, no admitiríamos la segregación racial. Eso nos da esperanzas.
Y ya que la intervención de los representantes de la Iglesia Católica ha sido tan contundente en este debate, vale la pena acudir a la siguiente anécdota: Cuentan que Leonardo Boff, renovador de la teología de la liberación, le preguntó al Dalai Lama cuál era la mejor religión. Esperando que la respuesta se refiriera a alguna religión oriental muy antigua (y animara el debate), se sorprendió cuando este le contestó: “la mejor religión es aquella que te hace mejor… Más compasivo, más sensible, más humanitario, más ético… La religión que logre hacer eso de ti, es la mejor religión”.
Cuando vemos el debate suscitado entre políticos y la Iglesia Católica, respecto a las uniones civiles o matrimonios entre personas del mismo sexo, no puede dejar de sorprender la forma como los representantes de una religión, cuyo fundador predicaba la tolerancia y el respeto, se refieren a quienes simplemente piensan o sienten de forma distinta a la de ellos.
Finalmente, liberalismo implica, esencialmente, el respeto a los derechos y las libertades individuales; solo a partir de este reconocimiento tiene incidencia en el ámbito económico.
FUENTE: http://www.americaeconomia.com/
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