Carlos Bernales / Mariátegui
10/05/11
¡Qué curioso! La historia de la oligarquía peruana está marcada por dos “chinos” que en realidad no eran tales. Uno era piurano, Juan Velasco Alvarado y el otro japonés, Alberto Fujimori. Ambos gobernaron como dictadores y estamparon por siempre en la espalda de la oligarquía criolla la marca de la mediocridad e ineptitud.
Es bueno recordar que la oligarquía criolla peruana es heredera de leyes medievales que abominaban del trabajo y el esfuerzo empresarial. Las cortes de España prohibían a los nobles todo tipo de esfuerzo y laboriosidad, las sanciones para quienes pusieran en riesgo la perpetuidad de la corona dando cabida al capitalismo, que derrumba el dogma divino e impone la idea de que la riqueza es producto del trabajo, eran de tal magnitud que el infractor podría perder su título de nobleza e, incluso, sus poseciones.
Cuando en 1821 el general San Martín proclama la independencia del Perú, la aristocracia criolla, en realidad una clase sin brillo ni gusto, jaqueada por montoneros indígenas y cimarrones, a regañadientes aceptará la presencia de San Martín, con la condición de que mantenga lo mas lejos del poder y de la milicia libertadora a negros e indios. San Martín accede y de no haber sido por el jacobino José Faustino Sánchez Carrión, hubiera sido proclamado rey del Perú.
Cuando la dictadura de Bolívar se desmorona en el Perú, dejando al país en un caos económico y social, luego de traicionar a indígenas y afrodescendientes, la oligarquía criolla no atina a nada. Es que ejercer el poder es un arduo trabajo y esa palabra tan pecaminosa no estaba en su diccionario. La larga etapa de levantamientos militares, definen no sólo la carencia de objetivos económicos, destacan ante todo su falta de concepto de país, por no hablar de patria o nación. Es que acostumbrada, la oligarquía, a que el poder venga de afuera resultará natural que luego de los españoles lleguen los ingleses y finalmente a comienzos del siglo XX el imperio norteamericano, demarcando quién manda en el Perú hasta nuestros días.
Alianza para el Progreso
En los años 60, debido al temor de otra revolución como la cubana, EEUU lanza un plan de desarrollo, casi una revolución capitalista, llamado Alianza para el Progreso. Para el imperio, se trataba de ampliar mercados de consumo, poner fin a los remanentes feudales de la conquista ibérica, y convertir a la oligarquía en clase industrial. Lo que los yanquis no imaginaron es que los principales opositores a esta propuesta capitalista serían los oligarcas latinoamericanos, especialmente los peruanos.
Fernando Belaúnde (1963-68) será el abanderado para llevar a cabo dicho plan en el Perú. Pero, al convertirse en monigote de la oligarquía es derrocado por Velasco quien con el poder de las armas propone por primera vez, desde Túpac Amaru, un proyecto de desarrollo capitalista, envuelto en papel izquierdista.
Curiosamente, en Brasil, cuya historia es casi diametralmente distinta a la del Perú, se impone el mismo proyecto velasquista envuelto en el papel de una sanguinaria dictadura de extrema derecha liderada por Castelo Branco.
En ambos casos, las estatizaciones se ponen a la orden del día, asimismo las nacionalizaciones sin estatización. En Perú el mayor beneficiado por esta política es el grupo de Dionisio Romero que con el apoyo de Velasco se hizo del Banco de Crédito y de la Duncan Fox, entre otros.
En Brasil, los portavoces de la dictadura expresaban sin ambages los objetivos de las estatizaciones y de las inversiones estatales, en la formación de empresas o en el fortalecimiento de, por ejemplo, Petrobras (hoy una de las empresas estatales mas poderosas del mundo). Tales portavoces decían que las clases pudientes de Brasil se habían desviado en interminables debates politicos descuidando lo importante que es la economía. Por lo que el gobierno brasileño fortalecerá momentáneamente las empresas estatales y estatizará otras para luego, en corto tiempo, ponerlas en manos de la ex-oligarquía convertida en moderna clase empresarial.
En Brasil, el capitalismo de estado, las estatizaciones y las nacionalizaciones sin estatización dieron resultado. Con la ayuda reciente del izquierdista Lula y la exguerrillera, hoy presidenta, Dilma Rousseff, la vieja oligarquía brasileña está convertida en una pujante clase industrial y Brasil es hoy una potencia mundial.
¿Y en Perú?
La flojera y el parasitismo oligárquicos se impuso y a pesar de los enormes recursos naturales que ofrece la naturaleza, y las ventajas de una mano de obra que hereda el espíritu de quienes revolucionaron la agricultura, (que hoy posibilita el éxito gastronómico del Perú), y de disciplinados y laboriosos trabajadores que hicieron posible Machu Picchu, los oligarcas criollos optaron por rematar el país, a cualquier precio con tal de que caiga “alguito”.
Al desperdiciar las oportunidades que le ofreció Velasco, de las que, por excepción que rige la regla solo surgió el grupo Romero, la oligarquía quedó años después en manos del Fujimontesinismo, que puso fin a las pocas y mediocres industrias que no llegaron a levantar vuelo. La incipiente burguesía industrial, no ingresó a la dinámica de las aceleradas innovaciones tecnológicas que la cibernética hizo posible y condenadas sus industrias a muerte, volvió a su condición de oligarquía parasitaria que vive succionando fortunas al estado que, de la boca para afuera, afirma aborrecer. Qué pobres diablos se notan cuando desfilan por la salita del SIN para que Montesinos "le reventara la mano".
Hoy, por esas paradojas del destino, la oligarquía peruana se encuentra en la encrucijada de decidir entre los herederos de los dos “chinos”:
Opciones
¿Optará por Humala que podría reabrir una etapa de nacionalización sin estatización, que pudiera posibilitar el surgimiento de grupos como el Romero, entregando o impulsando recursos subvencionados a quienes quieran convertirse en grandes empresarios peruanos, logrando paz social para lo cual se renegociarían los contratos, para que parte de las sobreganancias queden en el Perú y sirvan a incrementar los salarios y con ello el consumo para que los peruanos adquieran productos nacionales?
¿O preferirán el fujimontesinismo optando por la humillante limosna en fardos de dólares sobre la mesita del SIN redivivo, con la idea de que con el poder “la plata llega sóla”? La respuesta la obtendremos en las elecciones de la segunda vuelta.